Es muy difícil plasmar el huracán de sentimientos, emociones, pensamientos y experiencias que llevo viviendo desde que todo esto comenzó. Y por más que escribo, borro y vuelvo a escribir, nunca me parece la forma correcta. Quizás es simplemente porque no existen muchas palabras para describirlo, así que probablemente la mejor manera de empezar sea la más simple: presentándome: me llamo Eva y soy una enfermera perfusionista que ejerce en un hospital de París desde 2011.
Si me pongo a pensar en todo lo que ha pasado, ahora mismo recuerdo vagamente el principio, probablemente porque el «nudo» de la historia lo estemos viviendo de una manera bastante intensa. Recuerdo cómo bromeábamos entre compañeros cuando empezaron a llegarnos las noticias de China. Incluso llegamos a llamar «exagerados» a aquellos que, por redes sociales, hablaban ya de «pandemia mundial». Más tarde, algunos casos llegaron a Italia, y algún que otro conocido me preguntaba, con aire inquieto, si debían preocuparse. Quise confiar en la información que nuestro gobierno nos daba y repetí mas de una vez la frase de «dicen que es como una gripe, no te preocupes».
Cuando pienso en todas esas conversaciones me siento incluso un poco mal conmigo misma, porque siempre me he considerado una persona bastante crítica con los que nos gobiernan y porque nunca me he fiado del todo de sus mentiras constantes. Sobre todo después de los meses de revueltas y manifestaciones que tuvimos en Francia con los chalecos amarillos, la huelga de transporte o de los profesionales de la salud. A pesar de todo aquello, confié y me mantuve tranquila.
Ni siquiera soy consciente de la evolución, tengo la impresión de que el tsunami de contagiados llegó en un abrir y cerrar de ojos.
Mis guardias dejaron de ser tranquilas y encadenábamos una colocación de ECMO con otra. En solo una noche llegué a poner 5. Me enseñaron a ponerme y quitarme la bata, la FFP2 y las gafas mientras el paciente desaturaba hasta llegar a la parada cardíaca. Menos de un minuto.
De repente, en una semana, la UCI se había llenado, nos reunieron a todos y nos hablaron de una reestructuración de los servicios del hospital. Iban a crear unidades improvisadas de cuidados intensivos en salas de quirófano e íbamos a aumentar nuestra dotación de ECMO y materiales. El programa operatorio diario se suspendió y dejamos de operar bypass y válvulas mitrales…ya solo nos ocupábamos de infectados por el virus. Llegamos a suspender los trasplantes pulmonares tras implantar un pulmón de un infectado por el virus en un receptor sano.
Empezó a invadirme una sensación de irrealidad y miedo que todavía no se ha ido de mí.
En los pocos ratos libres que tenía decidí hacer cursillos improvisados de UCI, preguntar a compañeros y «ponerme al día». Tenía miedo de encontrarme de repente al cargo de un enfermo de cuidados intensivos sin formación alguna. Tenía miedo de cometer errores y contaminarme porque nadie nos había formado y, tenía miedo, mucho miedo, de que a alguien de mi familia en España le sucediera algo y no pudiera hacer nada. De vez en cuando también me preguntaba qué pasaría si yo me infectara, porque aquí no tengo a nadie.
Aún así, mi estado de ánimo se mantenía, quizás porque mis prioridades quedaron de lado y me concentré en trabajar. Pero, como ya he oído a algún que otro compañero, esto se vive como una montaña rusa de emociones, y mi bajón llegó cuando me anularon mi vuelo a España (lógicamente). Tenía vacaciones previstas a finales de marzo y, durante estas (que las pasé trabajando), me di cuenta de que casi ningún paciente con ECMO salía adelante. Todo empezó a ir demasiado deprisa. Algunos compañeros se contagiaron y han estado muy graves. Hemos perdido a dos compañeros auxiliares del hospital. Volver a casa sola, cansadísima, y encerrarme en un minúsculo apartamento de 30m2 empezó a pasarme factura psicológica, por más tutoriales de deporte virtual y vídeo llamadas que hiciera.
Y como toda crisis, esto saca lo mejor y lo peor de todas las personas.
Al principio me emocionaban los aplausos, los creía sinceros. Pero pronto esa emoción se transformó en rabia al ver que la gente tiene cero respeto por el confinamiento. Desde que hace buen tiempo la calle esta llena de personas tomando el sol.
También saca lo peor de los compañeros. Algunos se dedican a robar mascarillas y batas, y la escasez de materiales empezó a hacernos mella. Cada vez que voy a UCI tengo que discutir para que me quieran dar una FFP2, como si fuera un privilegio querer protegerme para colocar un ECMO a un paciente que se está muriendo. Muchos generosos dueños de restaurantes han hecho donaciones de comida al hospital, pero algunos compañeros se niegan a compartirla y el personal de quirófano nos hemos quedado sin comida durante las guardias. No me importa pasar 24h de guardia sin comer (porque la cafetería está cerrada), pero he llegado a escuchar a una enfermera negarle un bombón al chico de la limpieza porque «él no toca a los infectados por el virus y ella sí».
Esto no es una guerra para ver quién trabaja más o menos, aquí estamos todos arrimando el hombro por el bien de los enfermos. Probablemente, esta chica no se dé cuenta de que todos somos vitales, desde la que trabaja en el supermercado sin protección alguna, para que ella pueda comprar, hasta el de la recepción, la limpieza, la dirección…o cualquier servicio. Aquí no hemos venido a colgarnos medallas.
No quiero pensar en si esto terminará tarde o temprano.
Intento pasar mis días de la mejor manera posible, siendo agradecida por no tener a ninguno de mis seres queridos en el mismo estado en el que veo cada día en UCI, y apoyándome en las palabras de ánimo que mis amigos y compañeros me dan. Sé que no estamos solos en esto y que algún día podré volver a pasear a mi añorada playa de Motril (Granada). Solo espero que todo lo vivido sirva como un antes y un después y reflexionemos todos sobre la importancia de un sistema sanitario en condiciones y, sobre todo, sobre la importancia de ser solidarios entre nosotros.
Eva.
Enfermera en París.
18/04/2020