Me llamo Carla, tengo 27 años y soy enfermera de planta de hospitalización en el Hospital Universitari de Bellvitge (Barcelona) desde hace 5 años.
Al principio fue todo muy caótico, nadie sabía lo que se nos iba a venir encima ni cómo había que actuar. Yo personalmente lo he vivido como una guerra. La desorganización y la desinformación en mi opinión ha sido a todas las escalas: gubernamental, autonómica y de gerencia de cada hospital. A eso hay que sumarle la falta de recursos, de material, de EPIs, de personal sanitario. El gran trabajo de reorganización lo hemos hecho los profesionales de primera linea y los supervisores inmediatos, mientras los gestores no gestionan y nos dejan indefensos.
Los más duro: la deshumanización de los últimos momentos de vida de muchos pacientes impuesta por el virus. Luchar con garras y dientes los médicos, las enfermeras, las auxiliares y sobre todo el paciente, pero ver que las radiografías cada vez están más opacas, cómo los pulmones van desapareciendo tras ese velo blanco que se los come. Ver que el paciente no se siente disneico, pero llegar al techo terapéutico y que la saturación no mejore. Un techo terapéutico también impuesto por el colapso sanitario y la falta de respiradores y camas de UCI. Y finalmente, cuando ya no se puede luchar más, intentar que no sufra, que esté confortable, pero no poder dejarlo solo en la habitación por falta de camas, no poder dejar a su familia despedirse por riesgo a contagio.
Que en la mejor de las ocasiones muera cogiéndole tú la mano, y en la peor de ellas, muera solo.
Algunos compañeros se rompen y salen llorando del turno, tras un RCP infructífero porque el paciente no es candidato a medidas invasivas, porque no hay para todos. Algunos compañeros se tragan las frustraciones porque saben que queda mucho turno por delante y hay que darlo todo. Hay que sacarles una sonrisa a los pacientes para que no pasen más miedo del que ya pasan.
Y todo esto nos pasa factura, porque somos humanos, somos personas que sienten y padecen, que no tenemos tiempo ni energía para cuidarnos a nosotros porque tenemos que cuidar a los demás en una situación demasiado dura y demasiado sostenida.
He adelgazado, no duermo bien. Horas antes de ir a trabajar paso ansiedad al pensar qué me encontraré hoy, si la situación será la misma que ayer, si habrán cambiado los protocolos, si el paciente de la 3.1 habrá mejorado o le habrán encontrado un hueco en la UCI, si tendremos que racionarnos los EPIs para que quede alguno para el turno de noche, si me podrán dar otra mascarilla porque la mía ya lleva 35 horas de uso…
Luego, los días libres, estoy confinada sola, sin mis padres, sin mi hermano, sin mi compañero de piso. La sobreinformación constante sobre los últimos datos de infectados, sobre las nuevas medidas de confinamiento… hacen que no pueda desconectar ni un momento.
Pero también hay algo bueno que sacar de esto. La unión que se ha creado entre profesionales que luchan codo con codo, sin clasismo, sin superioridades, de tú a tú, todos a una. Y la emoción cuando un paciente por fin se va de alta, a seguir su lucha en casa pero recuperado, con lágrimas de alegría y la piel de gallina, él aplaudiéndonos a nosotros y nosotros a él, con una sonrisa cómplice tras las respectivas mascarillas. Me intento llevar esa imagen cuando vuelvo a casa después de un turno agotador, para coger fuerzas para la batalla del día siguiente.
Carla
19/04/2020